Están los que llevan amuletos, los que hacen promesas, los que imploran mirando al cielo, los que creen en supersticiones y están los que siguen corriendo cuando les tiemblan las piernas. Los que siguen jugando cuando se les acaba el aire, los que siguen luchando cuando todo parece perdido, como si cada vez fuera la última, convencidos de que la vida misma es un desafío. Sufren, pero no se quejan, porque saben que el dolor pasa. El sudor se seca, el cansancio termina, pero hay algo que nunca desparecerá: la satisfacción de haberlo logrado.
En sus cuerpos hay la misma cantidad de músculos, en sus venas corre la misma sangre, lo que los hace diferentes es su espíritu, la determinación de alcanzar la cima.
Una cima a la que no se llega superando a los demás, sino a uno mismo.